viernes, noviembre 28, 2008

Aporofobia: miedo a la pobreza...

APOROFOBIA
Aunque el término “aporofobia” todavía no figura en los diccionarios de nuestra lengua, ya aparece utilizado en numerosas publicaciones recientes. Muchas de ellas podemos encontrarlas en Internet con cualquier programa de búsqueda, y al hacerlo podemos constatar que se utiliza este vocablo con el significado que denotan las palabras griegas que lo componen: “áporos”, pobre, sin salidas, escaso de recursos, y “fobia”, temor. De modo que el término “aporofobia” serviría para nombrar un sentimiento difuso, y hasta ahora poco estudiado, de rechazo al pobre, al desamparado, al que carece de salidas, al que carece de medios o de recursos.

Esta novedosa palabra aparece por primera vez en una serie de publicaciones que la filósofa y catedrática Adela Cortina viene realizando desde mediados de la década de los noventa. La profesora Cortina ha propuesto el uso de esta palabra para poder dar nombre a una realidad que hasta ese momento no lo tenía. Porque se habla mucho de la “xenofobia”, que es el rechazo al extranjero, pero no se disponía del término adecuado para referirse la actitud que, a su juicio, es la verdadera clave de muchas conductas indeseables que se producen en nuestras sociedades opulentas del Norte. La verdadera actitud que subyace a muchos comportamientos supuestamente racistas y xenófobos no sería, en realidad, la hostilidad a los extranjeros, o a las personas que pertenecen a una etnia diferente a la mayoritaria, sino la repugnancia y el temor a los pobres, a esas personas que no presentan el “aspecto respetable” de quienes tienen cubiertas sus necesidades básicas. En efecto, “no marginamos al inmigrante si es rico, ni al negro que es jugador de baloncesto, ni al jubilado con patrimonio: a los que marginamos es a los pobres” (Cortina 1996: 70).

La aporofobia consiste, por tanto, en un sentimiento de miedo y en una actitud de rechazo al pobre, al sin medios, al desamparado. Tal sentimiento y tal actitud son adquiridos. La aporofobia se induce, se provoca, se aprende y se difunde a partir de relatos alarmistas y sensacionalistas que relacionan a las personas de escasos recursos con la delincuencia y con una supuesta amenaza a la estabilidad del sistema socioeconómico. Sin embargo, un análisis riguroso de los datos disponibles nos muestra que la mayor parte de la delincuencia, y la más peligrosa, no procede de los sectores pobres de la población, sino de mafias bien organizadas que controlan una inmensa cantidad de recursos. Y resulta tan sarcástico que se considere a los pobres como una amenaza al sistema socioeconómico como lo sería acusar a las víctimas de la violencia de ser los causantes de esa misma violencia.

Ahora bien, no resulta difícil para los poderes fácticos presentar a los pobres como los culpables de cualquier problema social, puesto que la situación de debilidad que atraviesan les impide, por definición, toda defensa frente a la calumnia. De este modo, se produce un fenómeno que podríamos denominar “el círculo vicioso de la aporofobia”: los colectivos desfavorecidos son acusados a menudo de conductas delictivas (robo, prostitución, tráfico de drogas, actos violentos, trabajo ilegal, etc.) y esta mala imagen dificulta su posible integración en la sociedad, con lo cual se prolongan sus dificultades y en algunos casos la desesperación les lleva a cometer algún acto ilegal, de manera que se termina por reforzar la mala imagen y así sucesivamente.

La aporofobia se alienta en cada uno de nosotros a través de un mecanismo psicológico que carece de base lógica: la generalización apresurada. Partiendo de algunos casos particulares (este mendigo hizo esto, aquel desaliñado hizo lo otro...), se alcanza una conclusión general de tipo universal: “Todos los mendigos son peligrosos”, “Todos los desaliñados son sospechosos”. Evidentemente, tales generalizaciones son falsas, pero estamos tan acostumbrados a hacerlas que a menudo nos pasan desapercibidas. En ese sentido, un buen punto de partida para una educación intercultural sería ayudarnos mutuamente a romper esos clichés, esas generalizaciones apresuradas que hemos ido armando en nuestras mentes a lo largo de la vida.
Fuente: Emilio Martínez Navarro: “Aporofobia”, en: Jesús Conill (coord.): Glosario para una ociedad intercultural, Valencia, Bancaja, 2002, pp. 17-23.

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